EL GUAMECUYANO

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domingo, 11 de marzo de 2012

ECOS EN LA CASA


Ecos en la casa.

          Solo en esa inmensa casa, leyendo aquel periódico viejo. Sentado en su cómodo sofá, respirando el aire contaminado por los zapatos rotos, sucios y húmedos. Se rasca un pie con el otro, de donde una uña se asoma por el respiradero que deja escapar aquella gastada y podrida media, de vez en cuando cambia de pie mientras pasa la página del periódico, suspira cuando ve alguna publicidad.
          Se levanta impulsivamente,  lanza el diario al suelo. Entre maldiciones y lamentos va a la nevera, se sirve agua como si con ella pudiera calmar eso que está quemando sus intestinos y desgarrando su corazón. Se sienta nuevamente y el rechinar del sofá hace eco en la desolada casa, recoge el diario y ve la fecha 2 de abril de 1989 ya han pasado 160 días. Ese dos de abril se detuvo su tiempo, ya la luz del sol no da esperanza a su ser, ya el mañana no importa, la luna lo entristece y la soledad invadió su hogar. En donde se oyen los ecos de objetos lanzados, de botellas que gritan embriagadas de dolor y tristeza al estrellarse en la pared, adornada por telarañas y escupitajos.
          El piso frio, vestido por una capa gruesa de polvo de vez en cuando abriga sus penas y se ha convertido en el improvisado lecho, desde que su cómoda cama fuese devorada por las hambrientas llamas, no de deseos sino del fuego provocado por un leve rocío de gasolina en un momento de rabia y sed de venganza.
          !Oh la calle¡ piensa y sale de la fría y descuidada casa, camina al compas del viento que pareciera guiarlo a un destino incierto y sin final. Se detiene en la licorería, donde nada más verlo venir, el empleado le extiende dos botellas de ron y le dice: lo de siempre mi don, para servirle, el no dice nada, paga, toma sus botellas y se va a alcanzar al viento que ya se le ha adelantado.
          El calor crea secuela en su descuidada humanidad, al pasar por la plaza se detiene y se sienta debajo de una gran sombra proporcionada por el siempreverde que viste la plaza.
          El sudor empapa su piel y ropa, lo que le hace aparentar un aspecto muy despreciable a los ojos de los ciudadanos, que al verlo cruzan a otro lado de la plaza para no pasar cerca de el, solo un perro sarnoso se le acerca y comienza a olerlo. Destapa una de las botellas y lanza un poco de ron al perro que se va corriendo, toma un gran trago y rasca su barba luego se pasa las manos por el pelo mientras una lagrima recorre su sufrido rostro, los recuerdos le atormentan.
          Transcurrido un buen tiempo se devuelve a la casa, el sofá lo aguarda y el ambiente de la casa extraña el hedor a pata. Y no al de comida preparada, o el olor del perfume caro de una fiel esposa, o esos olores infantiles que llenan de alegrías un hogar. No, hoy el olor a alcohol, a ropa sucia, a orine putrefacto, es el aroma cotidiano en esa casa desaliñada y triste que clama por los ecos alegres de hace días.
          El hombre se instala en el sofá, trago tras trago las lágrimas emergen como gotas de lluvia repentina entonces grita: ¿por queee maldita sea por queee?
          Pasa el día botella en mano, un trago, otro y otro hasta que acaba la primera botella que explota con furia contra el televisor. Ecos en la casa. Se levanta a tropezones sin equilibrio y va a un gabinete de aquella sala, de dónde saca algo de un viejo estuche.
Entonces se vuelve al sofá y una vez sentado grita otra vez ¿por queee? Oh mi muchacho perdóname. 
          Un estruendo atraviesa toda la casa, y el frio eco de la muerte llenó el ambiente, retumbando en cada rincón y objeto para luego ser arropada por el silencio mortal del suicidio…
          Ahora los ecos de la casa son de felicidad, un nuevo morador calienta el sofá de un renovado hogar. El niño juega y extraña al padre, mientras su joven madre es feliz, que importa que la gente hable.
         Al fin y al cabo no es la primera mujer que monta cachos y se queda con todo lo que tenía el esposo.







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