Mi mejor maestro
Mi mejor maestro no me enseñó las
vocales, el abecedario, ni a trazar los primeros garabatos con el grafito, a
sumar y a restar. Tampoco me enseñó las ciencias, las matemáticas, las artes y
la historia. Menos aún me preparó para una
carrera universitaria. Pero sin duda alguna, que fue, es y será el mejor
maestro que he tenido, que tengo y que tendré pues aún me sigue instruyendo, es
inagotable supra humano e inmortal.
Mi mejor maestro no es humano siquiera,
pues de ellos de los maestros que normalmente
me acogieron en las instituciones educativas no tengo queja alguna, los
felicito por su labor. Sin duda alguna que fueron excelentes.
Pero este maestro particular, vetusto,
arrogante, irrevocable, irreemplazable, único e irrefutable que la escuela me
ha plantado como tutor, con su autoritarismo y todo, tarde ya se ganó mi
respeto y comprendí que él era mi mejor maestro.
Mi mejor maestro me vio crecer,
fue forjando mi carácter, me hizo un hombre, vio como las canas poblaron mi
cabeza, me enseño a que si caigo hay que levantarse y perseverar. Me enseñó a tener
confianza y humildad, además del bien y del mal, de lo banal, lo absurdo y lo
perfecto. Aprendí a beber del vino del misterio sagrado que se llama mujer, gracias
a sus maneras aunque tarde ya. Luego de madurar con sus métodos poco ortodoxos
en la escuela de la vida, puedo afirmar con humildad aunque ya tarde, que mí
mejor maestro ha sido el tiempo.
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